foto: Pablo Ibáñez
Por Fernando O. Martínez
Ojeda
Las puertas del sol, se ubican en Oriente y
Occidente
y su viaje anual por las estaciones, va de
Norte a Sur,
De Solsticio en Solsticio,
por las Ventanas equinocciales en un colosal
tour.
Del Oriente, cabalgando viene en su dorada
cabellera,
El Verbo, la Luz y su séquito el Conocimiento,
que es lanzado al mediodía plasmado en acción
imperecedera,
finalizando su Arte Real, a la hora del
desaparecimiento.
Contemplar la caída del sol en el horizonte,
Sugiere el final de un ciclo de tareas
realizadas,
asistir al fin de una jornada que se anuncia con
la muerte
y la venida de un nuevo día con otras tareas
esperanzadas.
La nostalgia invade el alma y acongoja el
corazón
el recuerdo cala en lo profundo
dejando huellas en las vísceras, alejando la
pasión
y el sentir lo lleva a pensar, dejar este mundo.
También es el fin de una vida ciertamente,
vida, que se extiende como mucho algunos meses,
otras tantas hay que se prolongan en la mente,
hasta aquellas que duran por eones muchas veces.
La naturaleza reposa al anochecer
renueva fuerzas para enfrentar el nuevo presente.
¿Como ser testigo del funeral del día sin temer,
cuando el alma deba salir por el umbral de
Occidente?
Llegado el crepúsculo y concluidas las Obras,
saliendo por aquel portal hacia otra dimensión,
el Rey abandona el templo invadido por penumbras
buscando el misterio del Rayo Azul en una nueva
iniciación.
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